VIRGINIA FRIEYRO: PINTURA OCULTA
Armando Montesinos. Febrero 2001
Virginia Frieyro pinta. Pero tal vez considera que su pintura no está madura, o tal vez piensa que pintar no está de moda, o tal vez tiene otros motivos, y por ello en esta exposición presenta fotografías y dibujos.
Son trabajos, indagaciones, que sirven tanto para acumular hacia la pintura como para distraer -que tu mano derecha no sepa lo que hace tu mano izquierda-de ella. Disfraces, pues, aunque no corporales, estas obras de Virginia. Herramienta, así, la fotografía, que se pretende solo parte de un proceso.
Ciertos códigos del discurso fotográfico al uso, de tan trivializados, comienzan a hacerse sospechosos: por ejemplo, su presentación en gran formato parece elevar cualquier foto a la categoría de objeto artístico; o la diversidad de comportamientos y actitudes altamente individuales, recogidos en las brillantes páginas de moda a todo color en suplementos dominicales, parecen construir identidades creativas y sensibles. A ello responde Frieyro con una voluntad de amateurismo que produce la sensación de algo a punto de acontecer. Sus fotos son el fruto de una intención constructiva nacida de una mirada que lee el mundo como combinaciones de color.
Una tradición fotográfica es la utilización del cuerpo como trasunto simbólico de paisaje. No es el caso de estas fotos de Frieyro. Aquí el cuerpo es simplemente color hecho forma. En estas imágenes no hay metáfora, ni intención narrativa, sino la simple evidencia de que, al habitar el mundo, la fisicidad del cuerpo, del mismo modo que una línea trazada en un papel divide al universo en dos, produce diferencias legibles como convención pictórica (arriba-debajo) del paisaje. Lo que importa aquí es el corte sensorial, lo que preocupa es el horizonte como zona de encuentros cromáticos. En una suerte de “archimboldo" invertido, no son las formas de la naturaleza las que crean el cuerpo, sino el cuerpo el que, contra la abstracción del color, construye el mundo. No sin ironía, la artista revela sus procedimientos mediante otra convención: la utilización de la doble imagen.
Otra de las obras de esta exposición es un gran dibujo trazado directamente sobre una de las paredes de la sala. Nacida del paciente desgranar líneas de horizontes improbables sobre las prisioneras hojas de sus cuadernos, lo que en éstos se leía como fragmentos entrelazados se expande aquí como paisaje cargado de una calmada nostalgia. El dibujo como disciplina que crea un territorio en el que mente y mundo se funden, no en la solidificación de una representación, sino en un acto, un gesto de meditación que suspende el tiempo.
Es esta una mirada sensorial, interesada en procesos de superficie, que entiende la contemplación como una actividad creativa, que analiza las sensaciones que, sin palabras, activan sutilmente nuestras relaciones con el entorno. El silencio construye tanto como el ruido. Y el color tanto como una narración.